Por:
Agrupación Un Salto de Vida A.C.
Un día el río amaneció tapizado de peces muertos; otro, comenzamos a morir todos..
Hace 40 años, el brillo de una nata de peces muertos en el cauce del río Santiago nos tomó por sorpresa a los habitantes de El Salto y Juanacatlán, Jalisco, en el Occidente de México. Pero la pesadilla apenas comenzaba. No sabíamos lo que venía. Lo que vino fue la pérdida de la comida que obteníamos del río; la pudrición de todas las tierras de cultivo de los alrededores; la necesidad de comer frutas y legumbres regados por heces fecales, agroquímicos y metales pesados, que una zona industrial pujante arroja a 16 comunidades de por lo menos tres municipios: El Salto, Juanacatlán y Tonalá. Ahí viven unas 160 mil personas. Y la zona afectada que se refiere, apenas es un pequeño tramo de los 500 kilómetros que recorre el torrente envenenado, en su camino hacia el Océano Pacífico.
Hasta hace 20 años, la mayoría de los habitantes de la región vivíamos del cultivo. Hemos perdido esa posibilidad. Cada segundo el río Santiago recibe 10,500 litros de aguas fecales e industriales sin tratamiento, de la zona metropolitana de Guadalajara (ZMG). Eso es apenas el principio. La falta de control sobre los procesos industriales ha convertido a nuestro territorio en un cementerio de escorias de las fundidoras, de residuos biológicos y en basureros clandestinos.